
EL POEMA:
Apunte Callejero
Por Oliverio Girondo
de “20 poemas para ser leídos en el tranvía”
En la terraza de un café hay una familia gris. Pasan unos senos bizcos buscando una sonrisa sobre las mesas. El ruido de los automóviles destiñe las hojas de los árboles. En un quino piso, alguien se crucifica al abrir de par en par una ventana.
Pienso en donde guardaré los quioscos, los faroles, los transeúntes, que se me entran por las pupilas. Me siento tan llenos que tengo miedo de estallar... Necesitaría dejar algún lastre sobre la vereda...
Al llegar a una esquina, mi sombra se separa de mí, y de pronto, se arroja entre las ruedas de un tranvía.
EL TRABAJO:
El sacrificio lúdico del Yo en “Apunte callejero”
“Todo niño que juega se comporta como un poeta”
Sigmund Freud, El creador literario y el fantaseo
“(…) Tiro mis Veinte Poemas, como una piedra, sonriendo ante la inutilidad de mi gesto” Oliverio Girondo, Carta a La Púa, Veinte poemas para ser leídos en el tranvía
"Para dar sensación de vida, para sentir los objetos, para percibir que la piedra es piedra, existe eso que se llama arte"
Víctor Shklovsky El arte como artificio
“La costumbre es odiosa porque no permite ver: esa máxima moral y estética gobierna la literatura de Girondo”
Beatriz Sarlo, Oliverio, una mirada de la modernidad
En Veinte poemas, Girondo deviene niño ante la modernidad, para desaumatizar la percepción con gesto lúdico, desacralizar el sexo y la religión, y desmontar la moral burguesa, sombra que hace retroceder hasta que “se arroja entre las ruedas de un tranvía”.
En Apunte Callejero, una de las paradas del viaje urbano segmentado de Veinte Poemas, bastan tres párrafos de prosa poética para descomponer al Yo lírico, en un movimiento, broma de rito religioso, que va desde la omnipresencia, a la encarnación y el sacrificio final.
El poema comienza con un Yo que no interviene, observa, está en todas partes, un dios volátil, que hace foco en fragmentos, lúdicamente, críticamente: “En la terraza de un café hay una familia gris”. En esta primer focalización, nada inocente, se cosifica a la familia, solemne bastión del orden burgués.
El Yo continúa su recorrido sin materializarse, sin intervenir, y de pronto ve que “Pasan unos senos bizcos”. Con este procedimiento no solo se humanizan esos senos (que van “buscando una sonrisa sobre las mesas”) sino que por medio de una sinécdoque da cuenta de un cuerpo que está pero no interesa tanto como aquella parte escindida. El cuerpo femenino es desmantelado como a una muñeca, en un juego de niño que desacraliza el sexo.
Ahora el Yo omnipresente es testigo de cómo las maquinas de la ciudad, salvajes como animales rugientes, van degradando la naturaleza (“El ruido de los automóviles destiñe las hojas de los árboles”), relegada al costado de una calle como mera decoración.
Después observa en un acto cotidiano (abrir una ventana), un evento de sacrificio religioso (“En un quinto piso, alguien se crucifica al abrir de par en par una ventana”), rebajando a lo mundano un ritual religioso sangriento y dolorido de solemnidad y dogmatismo como es la crucifixión católica, y desaumatizando la percepción de lo cotidiano, dándole significado trascendente.
En el segundo párrafo el Yo se corporiza, se hace carne, como el hijo de Dios, un Jesús urbano que es capaz de tragarse la ciudad por los ojos (“Pienso en dónde guardaré los quioscos, los faroles, los transeúntes, que se me entran por las pupilas”) y anuncia su final (“Me siento tan lleno que tengo miedo de estallar”) En este ritual hay lugar para la ofrenda (“Necesitaría dejar algún lastre sobre la vereda”), un exvoto, pero en Veinte poemas Girondo realiza sus ofrendas a la divinidad de la ciudad o las chicas de Flores que “usan moños de seda que les liban las nalgas en un aleteo de mariposa”. Las nalgas o las veredas reciben ofrendas en esta burla del ritual religioso.
El ritual paródico de Apunte callejero culmina en el sacrificio del Yo, graficado con el “mí” (“mi sombra”) como burla del posesivo Yo burgués, aquel del que se despoja Girondo para, como dice Beatriz Sarlo, liberarse de la servidumbre “del sentimentalismo, del recuerdo, de la nostalgia, del pasado, de la tradición, de la historia”. La liberación del Yo en este poema se vuelve estética visible, disfraz, se actúa a sí misma. Girondo hace uso del procedimiento que cruza Veinte poemas, el de hacer explícito lo tácito, como cuando se insinúa el erotismo y aparecen “senos bizcos”, o “un olor a sexo que desmaya”, esa exaltación cosificadora, lúdica, de lo no dicho para desaumatizarlo, para volver a verlo, para decirle “piedra libre”. En Apunte callejero el Yo posesivo deviene en Mí (“mi sombra se separa de mí”) y se anuncia para sacrificarse (“y de pronto, se arroja entre las ruedas de un tranvía”) El tranvía, acompañado por una cadena de aliteración en R (“pronto”, “arroja”, “entre”, “ruedas”), con su ferocidad maquinal se traga al Yo, a la posesión, esa sombra burguesa. Girondo utiliza Apunte callejero como escenografía urbana, moderna, maquinal, para sacrificar visiblemente al Yo en una parodia de ritual católico (el Dios que se encarna y luego ofrenda su vida a su Padre-Dios) El sacrificio tácito del Yo que cruza Veinte poemas, se vuelve visible, tragicómico, en un solo poema, en tres párrafos de prosa poética. Tres actos, el Yo omnipresente, el Yo encarnado, el Yo suicida (porque un sacrificio religioso es un simple suicidio) Girondo se ríe, como un niño que juega a la paternidad divina, hasta de su propio procedimiento
No hay comentarios:
Publicar un comentario