jueves, 11 de noviembre de 2010

UNITE AL COF: PRIMER BAILE


Un minuto era suficiente, dijo Tyler; hay que trabajar duro para lograrlo, pero por un minuto de perfec ción valía la pena el esfuerzo. Lo máximo que podías es perar de la perfección era un instante.

Palahniuk Chuck - El Club de La Pelea


Una nueva tos para el Sistema; COF, Comité de Ocupaciones Festivas.


Primer invitación abierta: “la toma del Parque Centenario” (por favor lea este comunicado en simultáneo con la reproducción de la canción Tentative decisions de Talking Head o en su defecto cualquier tema de Wire)


Resulta que gran parte del parque Centenario está enrejado (las rejas son moneda corriente en las plazas porteñas y en las ideas políticas del gobierno de Macri)

Enrejado: abierto de día, cerrado de noche.

A las veinte unos sujetos desagradables empiezan a pitar sus pitos. Piiiiiiiiii piiiiiiii primero, PRIIIIIIIIIIIII, PRIIIIIIIIIIIII!!!!!!! después (están más cerca) anunciando que es hora de abandonar el predio delimitado del parque.

Sí, papá y mamá vienen a avisarnos que ya no podemos jugar en la plaza, y debemos marcharnos, irremediablemente, como ciudadanos educados. Tan físicamente guiados como el acero de las vías del tren.

Nos quitan el espacio de juego, nos recuerdan que ese espacio “es suyo”, y que mientras estuvimos ahí, utilizándolo, formamos parte de una instalación propagandística llamada “los buenos ciudadanos que son felices en nuestro parque”.

Nos toman por idiotas, y nos desagrada ser tomados por idiotas.

Atención, ocurre todo el tiempo.


No queremos simplemente desobedecer leyes estúpidas e imposiciones decoradas con alegría de Photoshop. Queremos recordarles que un pedazo de tierra es de quien lo habita mientras lo habita. Y queremos sostener el simple acto de permanecer cuanto nos plazca en ese pedazo de tierra que transitoriamente este grupo de personas habitamos, y sostener el pedido con locura. Lo sostenemos y lo convidamos a otros.


Invitamos

Quedarnos en el parque Centenario mientras suena el pii pii de la poliicíia desde las 20 horas.

Ellos imponen obedecer órdenes silbatos, nosotros oponemos música de percusión cuyo ritmo nos despierte y una.

Tambores. Muchos tambores, oscilando uno cerca del otro mientras son golpeados sudorosamente por un grupo de personas que caminan encantando cuerpos a paso carnavalesco.

Sí, aquel sonido tribal, ritual, original, que reunía cuerpos en torno al fuego, comunicándose a chispazos con algo que está más allá de los límites, aún funciona.

Proponemos invocar la fuerza de esa música, para seducir a quienes deseen unirse a este trance de cueros y cuerpos, y ayuden a sostener la permanencia del grupo en ese minúsculo y caprichoso punto del globo terráqueo vigilado día y noche.

La imposición del Deber, no puede con todo, y nos deja espacios químicos para operar desobediencia.

Espacios donde tenemos la posibilidad aprovechable de operar, sin más razón que la de operar por operar en sí, haciendo valer la posibilidad. Para recordarnos que es posible operar y realizar un acto placentero mientras se desobedece, e incluso tal vez (no es el objetivo principal) posibilitar como consecuencia una perspectiva más agradable para lo que venga.


Los tambores encantarán cuerpos no como el flautista pedante lo hacia con las ratas o los niños, sino invocando, desde el ritmo, cierta magia inherente que aún el más adiestrado ciudadano puede restaurar, reclamando como propia la posibilidad de un vínculo que lo conecta intensamente a un fugaz colectivo.


Trazos posibles

Se propone una fiesta dentro del parque Centenario desde las 20 horas. Una fiesta difundida solo de boca en boca y sin flyers ni información explicita en la web que denuncie la “ilegalidad” del acto que preparamos. Pero se invita, y todos acuden. Los que ya están en el parque sin ninguna intención de sostener con su cuerpo un acto insurreccional, oyen la música, ven el movimiento contagioso del grupo humano encolumnado como llamarada juguetona, y se unen al calor, aquellos que lo deseen, o escuchen su cuerpo.

Entonces suenan los pitazos y el grupo continúa dentro del parque Centenario, magnetizados por el aliento de los cueros.

El grupo permanece.

El grupo crece.

Llega la policía y su perro fiel, el noticiero.

El repique y los pasos forman una voz comunal que torna de sutil escándalo a peligrosa.

Los asociados en aquella simultaneidad se protegen como Ulises. Hacen oído sordo a las advertencias y las sirenas.

Los testigos televidentes hablan. Se propaga el rumor como el zumbido de un insecto que come silencio.

Hay una fiesta masiva mágica que desobedece las órdenes.

Tienen tomado el parque Centenario. Pueden tomar más lugares. El procedimiento es detenerlos.

¿Magia?

¡Están rodeados!


No permiten que ese foco se propague. Los noticieros censuran las imágenes en vivo y en directo mostrándolas con comentarios de guión adosados, sus videos gráficos hechos con la paleta de colores del semáforo, y la infaltable banda de sonido de una fúnebre porno barata. Dibujan de este modo un mamarracho caluroso fétido y triste que busca ocultar el suceso evidente que está aconteciendo. No se ofusquen, una sola de esas imágenes aún trozadas al instante, genera suficiente exposición para invitar a cientos a sumarse a ese latido.

La policía detiene las fiestas porque la pone nerviosa. Las cámaras de televisión se marchan con el estomago comido.

Pero.

El Comité de Ocupaciones Festivas (o sea todos los que formamos y sostuvimos la ocupación festiva) triunfa: recobra el cuerpo del automatismo, enferma con su virus la lengua local, DESOBEDECE. Procura el placer y lo prolonga en un espacio delimitado por leyes que infringe en un acto simple, inexorable y contagioso.


Sin ir más lejos, ¿Quién se une a la fiesta?

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